Una revolución artística en el lejano este de Uruguay
En un pueblo costero del este de Uruguay, turistas adinerados pasean por una concurrida feria de arte. Beben vino rosado local fresco y charlan sobre la floreciente escena creativa de esta zona "mágica".
Entre playas doradas del Atlántico aparentemente interminables y praderas onduladas donde las vacas superan en número a los residentes, este remoto rincón de Uruguay se ha convertido en un centro de arte, cultura y gastronomía.
La bucólica zona alberga algunos de los principales museos de arte contemporáneo, galerías y festivales de cine y fotografía de Uruguay. La semana pasada el pueblo de José Ignacio fue sede de la décima edición de la feria internacional "Este Arte".
"Cuando empezamos, la mayoría de las personas con las que hablé pensaban que en Uruguay no se podía hacer algo así. No somos como Argentina o Brasil. No habría suficientes compradores", señala la curadora de arte uruguaya Laura Bardier.
Sin embargo, el evento atrae cada vez más a coleccionistas, algunos importantes y otros que están dando sus primeros pasos, con piezas que oscilan entre 300 y 2,5 millones de dólares, aunque la mayoría cuesta entre 20.000 y 50.000.
De visita desde Nueva York, el neurocirujano Rafael Ortiz y su esposa, la dentista pediátrica Emille Agait, adquirieron una obra de arte para su casa en los Hamptons, un lugar de moda veraniego con el que a menudo es comparado José Ignacio.
Agait dijo que "no puede esperar" para contarles a sus amigos coleccionistas de arte sobre José Ignacio. "Es sencillo, relajado, pero elegante y divertido. Todo el mundo es hermoso", enumeró efusivamente.
- "Desierto del arte" -
Durante décadas, la ciudad de Punta del Este, en el este de Uruguay, ha sido el lugar de veraneo favorito de la élite sudamericana, y su frenética vida nocturna y sus rascacielos frente al mar le han generado comparaciones con Miami o Montecarlo.
Sin embargo, quienes buscan una sofisticación más discreta se inclinan actualmente por pueblos ubicados más hacia el este.
José Ignacio cuenta con propiedades increíblemente caras y excelentes restaurantes, en un entorno de caminos de tierra y, más a lo lejos, viñedos.
En los años ochenta, "José Ignacio estaba vacío... sólo vivían pescadores y gente local", cuenta el galerista Renos Xippas. Y hasta hace una década, la región era "un desierto de arte".
Según Xippas, la pandemia de covid hizo que muchos extranjeros buscaran instalarse por un tiempo en las escasamente pobladas zonas rurales de Uruguay y luego decidieran quedarse, tras apreciar la calidad de vida reinante en un país seis veces más grande que Bélgica pero con un tercio de su población.
Esto ayudó a impulsar el mercado del arte, o, más bien, el resurgimiento de "una tradición muy antigua" que la dictadura que asoló el país entre 1973 y 1985 había destruido.
"Los uruguayos son gente muy culta y muy tranquila", observa Xippas.
- "La nada y el silencio" -
"Ha habido una especie de revolución", comenta a su vez Pablo Atchugarry, un escultor uruguayo de 69 años residente en Italia, cubierto por el polvo del mármol al que está dando forma.
"Este espacio ha sido el epicentro" de esa revolución, indica.
Atchugarry inauguró en 2022 el principal museo de arte contemporáneo de Uruguay, el MACA, una enorme estructura con forma de barco ubicada en medio de la nada, rodeada por un parque de esculturas de 40 hectáreas.
El escultor describe la zona como una especie de Costa Azul uruguaya, que atrae a un público con "un poder adquisitivo muy alto y un interés cultural por el arte".
Tanto Atchugarry como otros artistas destacan la "energía mágica" del este uruguayo.
"Lo que me atrajo fue la luz, el espacio, la nada y la tranquilidad. Creo que es el lugar perfecto para crear", afirma la fotógrafa estadounidense Heidi Lender, que eligió vivir en Pueblo Garzón, una pequeña localidad de tradición ferroviaria ubicada a 35 km al norte de José Ignacio, aún más profundamente en el campo.
Allí, Lender dirige una organización sin fines de lucro, Campo, que organiza residencias para artistas de todo el mundo.
Con menos de 200 habitantes permanentes, Pueblo Garzón alberga un puñado de galerías y un restaurante dirigido por el reputado chef argentino Francis Mallman.
Pero a algunos, como el coleccionista de arte austriaco Robert Kofler, les preocupa que la especulación inmobiliaria acabe arruinando su trozo de paraíso.
Kofler es dueño de un hotel boutique en el que levantó una instalación de arte que, según dice, ayudó a poner a José Ignacio "en el mapa mundial".
Convenció al artista estadounidense James Turrell para que trajera al pueblo uno de sus Skyspaces: una cúpula de mármol blanco puro a través de la cual los visitantes observan el cielo al atardecer, mientras la luz artificial distorsiona la percepción de los colores.
Kofler señala que está constantemente luchando contra los intentos de construir clubes de playa o rascacielos.
"¿Qué lleva a la gente a volar entre 12 y 14 horas para venir aquí?", se pregunta. "Es esta belleza, energía, tranquilidad y lentitud. Es alejarse de lo que conoces, de Saint-Tropez, Mónaco o Malibú. Por eso es tan importante preservarlo".
(F.Allen--TAG)