El testigo incrédulo de la furia del volcán colombiano Nevado del Ruíz
Cuerpos desmembrados, gritos, un pueblo bajo el lodo. El colombiano William Suárez todavía recuerda el horror que dejó la erupción del volcán Nevado del Ruiz en 1985, pero está convencido de que esta vez no va a estallar, a contrapelo de lo que advierten autoridades.
"Yo no le como cuento (no le creo) a eso", asegura el hombre de 73 años, bigote canoso y gorra, cuando le preguntan por el riesgo latente de erupción.
Como él, muchos de los 57.000 pobladores que viven en las zonas de peligro aledañas al volcán se niegan a evacuar pese al pedido del gobierno y la alerta naranja que rige desde marzo cuando los sismos dentro del cráter pasaron de 50 a 12.000.
Suárez es un campesino del Viejo Río Claro, un pueblo ribereño, enclavado entre montañas y perteneciente al municipio de Villamaría, una de las zonas declaradas en alto riesgo.
Sus habitantes ya conocen el potencial devastador del volcán Nevado del Ruiz, pues hace casi cuatro décadas fueron testigos del momento en el que el "León Dormido" salió de su letargo.
"Eso se veía alto echando candela (fuego), como color ladrillo y se estremecía la tierra", recuerda Suárez sobre aquella noche del 13 de noviembre.
Al siguiente día "se encontraban pedazos de manos, brazos, medios cuerpos, cabezas estripadas (ndlr, destripadas)", relata el hombre junto a la iglesia que quedó intacta.
La erupción provocó una avalancha que arrasó el municipio de Armero, a unos 170km de Villamaría, y dejó 25.000 muertos. El rostro de Omaira Sánchez, una niña de 13 años que quedó atrapada entre los escombros de su casa y con el lodo hasta el cuello, fue registrado por las cámaras del mundo y se convirtió en el símbolo de esa tragedia.
Pero hoy "hay mucha tecnología. (...) Yo creo que dura por ahí unos 50 años para volver a bajar una cosa de esas", señala Suárez, cerca del hogar donde vive "realajado" con su esposa.
- "Zozobra" -
El Ruiz, ubicado en el límite de los departamentos de Tolima y Caldas, es un volcán majestuoso, de nieve permanente, que supera los 5.300 metros de altitu, de donde brotan ríos por doquier.
Hace diez años entró de nuevo en erupción, pero con una actividad leve que se limitaba a esporádicas expulsiones de ceniza.
Su situación actual se parece a la de "un paciente de cuidados intensivos que mantiene relativa calma pero que no está para llevarlo a cuidados intermedios" ni para darle de alta, explica Lina Castaño, técnica de la entidad que monitorea la actividad del Ruiz.
En los últimos días, en Villamaría y la aledaña ciudad de Manizales, se ha sentido un inusual olor pestilente. Según el Servicio Geológico (SGC) podría ser por la "dispersión de una alta concentración de dióxido de azufre" combinado con "componentes de la ceniza" y "la humedad en el ambiente".
Desde Manizales se alcanzan a ver nubarrones espesos alrededor del nevado, que según Castaño concentran gases, vapor de agua y cenizas del cráter.
Las poblaciones a orillas de los ríos cercanos al volcán sufren un alto riesgo por eventuales lahares o flujos de sedimementos, lodo y escombros volcánicos, advierte el SGC.
Sin embargo, los vecinos del Viejo Río Claro se sienten preparados ante una eventual emergencia.
José Jaramillo, de 71 años, confía en las capacitaciones que ha recibido como socorrista para dar primeros auxilios y extinguir incendios.
"(Estamos) deseosos de que ocurra el evento para salir de tanta zozobra (...) y poner en práctica todo lo que aprendimos", señala el hombre, que llegó al pueblo después de la erupción de 1985.
- Se "volvió paisaje" -
Varios megáfonos ubicados en postes y casas del pueblo servirán para alertar a toda la comunidad en caso de emergencia.
Félix Giraldo, jefe de gestión de riesgo de la zona, estima que en los confines rurales de Villamaría hay unas 1.200 familias que podrían resultar afectadas por una eventual erupción.
Según Giraldo, cuando las autoridades declararon el volcán en alerta naranja hubo tensión en la región, pero con el paso de los días "la comunidad volvió paisaje la situación".
Sin embargo, "la amenaza es latente. (...) No podemos bajar la guardia", sentencia el hombre de 46 años.
Suárez camina tranquilo por los senderos escarpados del pueblo. A escasos metros, en el muro de una casa se ve una placa que reza: "En memoria de las personas que perdieron su vida en este luctuoso acontecimiento", en referencia al jueves de 1985 cuando el Ruiz estalló.
Pero Suárez prefiere recordar la vida y el momento en que salvó a una joven atrapada.
"Me tocó sacar una muchacha de allá abajo en medio del lodo", se precia, y señala el lugar donde ahora hay una carretera.
(G.Gruner--BBZ)